Triple salto tailandés

   El protagonista de El Americano Impasible de Graham Greene decía que el Gran Buda de Bangkok era “tan inmenso que no se puede contemplar entero de una sola vez”. Podría decirse lo mismo de Tailandia. El antiguo reino de Siam es un destino múltiple. No hace falta ser un viajero experto, las opciones son muchas y accesibles: de la juerga sibarita en las playas a la serenidad budista de los templos, pasando por las emociones de las rutas selváticas. Solo hace falta tener paciencia en los aeropuertos y buenos compañeros de viaje. Las historias de Joseph Conrad, Somerset Maugham o Graham Greene son buenas opciones, al igual que dos libros que retratan un país más reconocible en la actualidad: Los Pájaros de Bangkok de Vázquez Montalbán y Plataforma, de Michel Houellebecq. Vivir una aventura en Tailandia es difícil, pero no imposible.

1 - Bangkok en las entrañas

    Lo primero que nos golpea es la humedad, el sol brillante y el verde de la vegetación. Y la sensación de seguridad. Uno puede andar a sus anchas, casi sin preocuparse por evitar zonas rojas. El bajo nivel de peligros y los precios baratos han multiplicado la llegada de mochileros occidentales en busca de playa y ligoteo.

    Bangkok nos recibe como un inmenso animal de energía extenuante y ritmo contagioso. Khao San Road es la zona más concurrida por turistas jóvenes. De día, el barrio tienta con salones de masajes (media hora sale por unos cinco euros), mercadillos (repletos de puestos de comida, ropa y todo tipo de cachivaches tecnológicos) y violentos combates de Muai Thai (el famoso boxeo tailandés), que suelen acabar en K.O.

    Por la noche, Khao San Road se llena de extranjeros y tailandeses a la caza de diversión. Es el territorio de las kathoey, las ladyboys, chicas-chicos que desafían los límites tradicionales de los géneros. Salta a la vista que, lamentablemente, el turismo sexual aún está a la orden del día.

    Si queremos adentrarnos en la cultura local lo mejor es conocer a los nativos. La gente es abierta y accesible, pero los falsos amigos y timadores también son comunes. En Bangkok, muchos estarán encantados de mostrarnos la ciudad. Encontraremos gente culta, alegre, acogedora y orgullosa de su cultura, de sus templos y de su gastronomía. Con ellos uno aprende, por ejemplo, a moverse por la ciudad en los barcos públicos del río Chao Phraya (por menos de medio euro la línea naranja cubre en cinco minutos trayectos que en taxi o autobús supondrían más de media hora), a regatear en los mercadillos (los mejores, el de Chinatown y, el fin de semana, el de Chatuchak) y cómo no, a comer bien (una gozada). La oferta de restaurantes es enorme: desde los puestos callejeros para comer un Pad Thai de fideos hasta el pescado frito del económico restaurante Krua Apsorn o las especialidades de curry verde, rojo y amarillo del elegante Kin Lom Chom, a las orillas del río. Una gastronomía fogosa que combina lo dulce con lo picante y que pone a prueba las papilas gustativas del más atrevido.

2 - Fiesta y playa en el sur

    Viajar al sur de Tailandia nos adentra en un ambiente playero, ibicenco y masificado. Esquivarlo es difícil, pero no imposible. Pero si algo no falta son islas y playas; hay tantas como pájaros en Bangkok. Koh Tao, Koh Lanta y Koh Samui son opciones tranquilas y más despejadas. Las rocas kársticas de Krabi y las límpidas playas de Phuket deleitarán a familias y viajeros en busca de tranquilidad.

    Las famosas islas de Phi Phi Don y Phi Phi Leh (donde se rodó la película La playa) son otro cantar. Olvídense de la cala paradisiaca que Di Caprio descubrió tras un viaje adrenalínico en plena explosión de feromonas. La playa en forma de laguna sigue siendo única y deslumbrante, pero quien la visite a medio día saldrá de allí maldiciendo al mundo: decenas de lanchas atracan aquí para transportar a cientos de discotequeros morenazos y musculados. La única opción para evitar el trajín es acampar por la noche (en la isla no hay ningún tipo de alojamiento) y disfrutar de las primeras y últimas horas o, si uno es buen nadador, alejarse de esa playa-pasarela bordeando los acantilados hasta llegar a otras calitas más vacías. Toparse con pequeños tiburones en medio del mar es muy usual. Impresiona, la verdad, aunque los tailandeses aseguran que son inofensivos. La experiencia merecerá la pena. La arena fina y blanca, los cocoteros, las rocas y el agua verde turquesa de Phi Phi Leh permanecerán en la memoria durante mucho tiempo. Masificada, sí. Pero también única.

3 - El norte selvático y espiritual

    Ciudades serenas, templos dorados, naturaleza imponente. El norte del país es la mejor opción para quien busque adentrarse en las tradiciones del sudeste asiático. Urbes como Chiang Mai, Chiang Rai y pueblos como Pai enamoran por su ambiente tranquilo, sus maravillosos mercados y su excelente comida. Los gourmets podrán aprender nuevas recetas en los cursos de cocina que ofrecen los mercados. Y quien busque aventura, puede alquilar una moto por las montañas de Mae Hong Son o contratar una excursión de senderismo por la selva. Hay que estar preparado para caminatas de hasta siete horas, insectos de todo tipo, un sol que llega a doler y un frío nocturno inesperado. También para disfrutar de sensaciones maravillosas como surcar ríos en canoa y acampar en poblados indígenas. Muchos turistas prefieren bañarse junto a pobres elefantes domesticados que juegan al fútbol, pintan cuadros con la trompa o bailan reggaetón, pero poco a poco la conciencia animalista está acabando con esta práctica. Lo profundo y lo extravagante se funde en estas tierras.
Javier Molina
Periodista

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